El refrán, seguramente español, dice “Nunca digas de esta agua no beberé”. Significa que no debe la persona rechazar algo por anticipado, aunque “le cause repugnancia”.
¿Cuándo los uruguayos del Sur (metropolitanos) o de cualquier punto del territorio, pensaron que tomarían agua salada? NUNCA. Aprovechemos un par de minutos, dejemos esta nota, en suspenso, y abramos una pantalla (o una hoja de libro) con un mapa hidrográfico de Uruguay. Imposible pensar que ese triángulo con costas sobre el Plata y el Atlántico, lleno de viboritas azules (ríos y arroyos) pueda quedarse sin agua para beber. Eso es lo que se aprecia en un mapa de superficie, imaginemos que por debajo de ella hay otro tanto. Todo de agua dulce. Tan irrigado está el paisito, que por años se ha fantaseado (¿?) con que nuestra riqueza acuífera nos hará ser codiciados por los poderosos, más que si tuviéramos petróleo…
¿Cómo es que la mitad de los habitantes del país, sufre estos días las angustias que sólo veía en películas de desiertos? No todo es culpa del gobierno, bueno es decirlo, por más que su tozudez agrave la situación natural, y su limitada competencia haya conspirado para no adelantar atenuantes. Seguramente la sequía sufrida por la región en los últimos tiempos, ha ido liquidando las reservas genuinas. Ese fenómeno, es un producto más de la explotación egoísta del planeta, que ha cambiado las condiciones naturales perjudicando profundamente a los seres humanos, obviamente más a los que menos tienen.
No pretendo buscar culpables nacionales ¿para qué?; bastante tienen con el cargo de su conciencia de haber ignorado caminos de atenuación de las crisis hídrica, algunos prontos para usarse (y financiados) como la presa del arroyo Casupá. Mi fenomenal preocupación viene de cara al futuro.
Por mandato popular tuve responsabilidades de gobierno en Salto; me hubiera gustado vislumbrar posibles herramientas de reaprovechamiento de las aguas termales. Seguramente la mayoría de quienes gobernamos, creíamos que las crisis hídricas no eran nuestras, sino exóticos productos de pueblos cubiertos de polvo, que bebían agua purificada artificialmente. Estamos a tiempo de corregir o hacer bien lo que estuvo mal, aunque no tengamos cargos de gobierno. Podemos y debemos aportar experiencias e ideas, sin egoísmos ni resentimientos. A mayor capacidad, conocimiento e influencia socio-política, mayor responsabilidad de hacer. Comenzando por quienes hoy manejan todo.
En estos días en que los habitantes metropolitanos toman agua con sal y mucho cloro, los norteños no estamos salvados ni cosa parecida; y si estuviéramos, deberíamos esforzarnos para que todos mejoraran.
Por ejemplo ¿cuántas veces nos hemos preocupado por los miles de litros diarios de agua que se van desaprovechados de las piscinas termales en Salto y Paysandú? Hace un tiempo busqué, con dificultad, números de ese líquido vital derrochado, pensando en elaborar una hipótesis de trabajo. Seguiré la tarea, sobre todo cuando se planean parques acuáticos, que utilicen más agua para mejorar la oferta turística. Seguro que es bueno que haya más empleo y se invierta en generar atracciones, pero ¿cómo cuidamos el agua? Quizás condicionando en las licitaciones formas de cuidado y reaprovechamiento del agua hoy derrochada. No son posiciones contradictorias; son complementarias. Hay un modesto ejemplo de hace unos quince años, cuando era intendente. En Daymán se trató de aprovechar el agua de desborde de las piletas, para hacer acuicultura, criando Tilapias del Nilo. Esos pescados llegaron a servir alguna vez, de almuerzo en el Hogar Municipal Estudiantil Secundario de Salto. Luego (no se las razones porque dejé de ser intendente) el cultivo se abandonó. Lo que está claro es que no habría iniciativas de reaprovechamiento.
El ejemplo dado es nada más que eso: una fotografía de algo que se hizo con esfuerzo de privados y decidido apoyo de una intendencia. Quienes han estudiado profesionalmente o quienes tienen «experticia» pueden aportar su conocimiento, más allá de la acuicultura que se difunde en el mundo. La situación de hoy, angustiante en el Sur, debe preocupar y ocupar a todos. Posiblemente no sea un vale a cobrar en votos, pero puede transformarse en una inversión en vida.
A esta altura del tiempo del mundo no debería haber lugar para pequeñeces politiqueras, ni personalismos mesiánicos: le va la vida a parte de los habitantes. Jamás entenderé, debe ser porque tengo principios antiguos, cómo la Cámara de Senadores puede negarse a tratar medidas inmediatas para atemperar la falta de agua potable para las personas. ¿Cómo puede un representante del pueblo negarse a votar medidas paliativas, porque los ministros serán interpelados? Insisto no busco culpables, pero clamo por SENTIDO COMUN; en el bando que sea. Quienes tienen problemas de riñones, aunque no estén en tratamiento por ejemplo, no pueden «envenenarse» con consumo excesivo de sal, que vendrá con el agua.
Casi todos somos responsables de la situación actual (unos más otros menos), sintámonos comprometidos a trabajar para mejorarla. Nadie está libre. Somos «cuatro gatos», vivimos todos muy cerca, tenemos cultura para discernir lo bueno de lo malo, lo posible de lo fantasioso: no cerremos los ojos de la inteligencia y el compromiso.
Ramón Fonticiella
UyPress – Agencia Uruguaya de Noticias