En diciembre de 2001 estalló la crisis política más grave de la historia argentina reciente. La renuncia del presidente Fernando de la Rúa abrió una caja de Pandora que se cobró la sucesión de cinco mandatarios en 11 días.

22 años después, llegó al Gobierno un ‘outsider’ que capitalizó la misma consigna: «Que se vayan todos».

Cuando el 7 de agosto de 2023, Javier Milei cerró su campaña de cara a las elecciones primarias cantando con su público «que se vayan todos, que no quede ni uno solo» —tras blandir una motosierra en el escenario y despotricar contra la «casta política»—, pocos sospechaban que ese grito de guerra lo llevaría a la presidencia.

Aquel día, la consigna del outsider tocó una fibra sensible y cargada de significado, que no sonaba públicamente desde hacía más de dos décadas.

El 19 y 20 de diciembre del 2001 tuvo lugar el Argentinazo, la mayor crisis de representación política de la historia nacional reciente. Ocurrió en medio de un inflamable cataclismo económico producto de la crisis del modelo de la convertibilidad, que equiparaba el peso con el dólar.

La masiva salida a las calles pidiendo la renuncia del entonces presidente Fernando De la Rúa (1999-2001) acabó con una feroz represión que acabó con la muerte de 39 personas y dejó cientos de heridos. La movilización popular llevó a que el mandatario presentara la renuncia y huyera en helicóptero desde la mismísima Casa Rosada, la sede de Gobierno.

De la Rúa dejó una ingobernable herencia a sus sucesores: en el lapso de 11 días cinco mandatarios pasaron por la silla presidencial. Solo el último de ellos, Eduardo Duhalde (2002-2003), logró sobrevivir en el cargo para llamar a elecciones al año de asumir.

Fue aquel clima de desencanto hacia la clase dirigente el que intentó emular Milei al mostrarse como el único candidato presidencial ajeno a la «casta política» y capaz de «echarlos a patadas», en medio de una frágil situación económica reflejada en las mediciones de inflación más grandes de los últimos 32 años, y que en noviembre alcanzó el 160,9% interanual, además de un índice de pobreza que supera el 45%.

Sin embargo, apenas transcurridos 10 días de la asunción del presidente libertario —y en el aniversario de la crisis sin precedentes—, volvieron a sonar cacerolazos en todo el país: la clase media decidió nuevamente salir a protestar contra el megadecreto que deroga o modifica más de 300 leyes, en línea con medidas económicas de shock, además de un índice de pobreza que supera el 45%.

El retorno del grito insignia de la crisis del 2001 y de la protesta social ante medidas impopulares plantea interrogantes a los analistas: ¿qué puntos en común existen entre el «que se vayan todos» del Argentinazo y la consigna que llevó al Gobierno a Milei? ¿Con cuánto margen de maniobra cuenta el flamante presidente para ejecutar un programa de ajuste y profundas reformas?

«Las elecciones del 2023 arrojaron que hay un desencanto concreto con la política. Los niveles de satisfacción con el funcionamiento del Congreso, el Poder Ejecutivo y la Justicia están en niveles históricamente bajos. No es casualidad que haya vuelto la consigna emblema del 2001», indicó a Sputnik Diego Reynoso, politólogo e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).

«Milei sigue intentando capitalizar ese rechazo hacia la dirigencia tradicional. Incluso siendo presidente, mantiene la línea discursiva de confrontación hacia la ‘casta política’. Ahora, el riesgo que corre es que esos insultos lo tengan a él como destinatario», advirtió el analista.

De acuerdo con Reynoso, el mandato popular del líder de La Libertad Avanza no debe ser confundido con un respaldo irrestricto a un programa ultraliberalizador, como profesa su reciente Decreto de Necesidad y Urgencia.

«Milei llegó a la presidencia capitalizando el voto bronca. Creo que el Gobierno cometería un error si considerara que en las urnas recibió un apoyo a su programa, porque en verdad su victoria se entiende, sobre todo, por el rechazo a la anterior gestión», destacó.

Consultado acerca de las incipientes manifestaciones emergidas tras los anuncios de profundos cambios legales y de medidas de shock —con la devaluación y la suba de tarifas como ejes centrales, pero sin compensación en materia de ingresos—, el especialista consideró que «el descontento hacia Milei no es generalizado: probablemente la mayoría de los que participaron del cacerolazo no hayan simpatizado con él nunca. En el 2001, en cambio, las protestas eran transversales».

«El riesgo que afronta Milei es que llegó a la presidencia cuando Argentina todavía no terminó de detonar en materia social, por lo que aún puede pagar un costo político por sus medidas de ajuste sobre los ingresos», apuntó Reynoso.

Según el politólogo, la mirada del Gobierno debe posarse sobre los sectores de ingresos medios, unos de los más afectados por la aceleración inflacionaria y la caída de ingresos.

«El termómetro de la tolerancia social será el humor de la clase media, que es la que se verá relativamente más afectada por el paquete económico. Porque la protesta por parte de organizaciones sociales es previsible, pero el Gobierno debería prestar atención, principalmente, a las manifestaciones de los sectores medios», indicó.

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