Fernando Gil
Los blancos son duros de pelar, y en las malas mucho más. Afectos a trancar fuerte no rescatan en nada ni en nadie cuando de echar culpas se trata. A pesar que gobiernan cada 30 años o más, no aprendieron nunca a aceptar los resultados sin chistar. Mucho menos sin irse a las cuchillas (las afiladas no las de tierra y piedra), sin medir consecuencias. Hombres de campo que se dicen –mucho más marketing que campo propiamente dicho- suelen irse de boca al punto que en las malas suelen protagonizar una verdadera carneada…
Ni bien se conocieron los resultados de la segunda vuelta aparecieron con el “justificómetro” para reducir culpas propias y apuntar a los supuestos dueños de la derrota. Algunos hasta la emprendieron contra la militancia blanca, aludiendo a una suerte de “desidia y poco apego” de los votantes que no estuvieron a la altura de las circunstancias, según ellos.
Claro que fueron los menos… sí, ¡los menos indicados para semejante reclamo!; porque los que así se expresaron fueron algunos de los que tuvieron responsabilidades de gobierno siendo protagonistas de las peores gestiones y escándalos desde el retorno de la democracia.
Duros con las ideas, suaves (¿?) con las personas
Lejos de la frase del ilustre líder, las expresiones post derrota fueron todo lo contrario. Dejando de lado la miserable cita a la militancia blanca, las demás justificaciones de la derrota dejan mucho que desear por la falta de autocrítica y honestidad intelectual para digerir el fracaso electoral.
Si algo aprendió el Frente Amplio fue asumir la derrota de 2019 y emprender un ciclo de aprendizaje que lo llevó a recorrer todo el país en procura de esas causas que cortaron el ciclo progresista. La soberbia del gobernante dejó espacio y lugar para bajar al terreno donde todos somos iguales y nadie es más que nadie. Así se encontró un camino y las señales que dieron lugar a un proceso fermental de conclusiones para transformar aquella derrota en algo positivo que hoy cuajó con el regreso al gobierno.
Increíble y paradojalmente, el oficialismo actual cometió los mismos errores que nosotros entonces, en una fáctica comprobación de su soberbia. La misma enfermedad que padecimos entonces y no le permitió adivinar que el camino no era ese sino el de escuchar al pueblo. Encandilados por las encuestas de aprobación de imagen del Presidente, se creyeron el cuento sin reparar que los datos crudos y objetivos se los tenían que preguntar a los de a pie. Esos que no vieron crecer sus ingresos durante gran parte del período de gobierno; los que se empobrecieron; los que vieron crecer la cantidad de gente en situación de calle; los que no admiten que haya crecido la pobreza infantil; los que sufren la inseguridad que lejos de bajar aumentó sus niveles de violencia.
Las razones de haber perdido fueron muchas, pero ninguna puede recaer en la militancia, esa que ofrece su mayor esfuerzo sin otro premio que lograr ver a su partido en el gobierno. Responsabilizar de una derrota al militante no solo es un error grosero sino una verdadera injusticia. Porque cuando la militancia decae, el verdadero responsable es el líder político que no enamora a sus seguidores.
Encuentre las diferencias
Las diferencias pasan por otro lado, me parece, y es que mientras los partidos tradicionales (por ahora unidos en una coalición) se manejan de forma cupular, el Frente Amplio cuenta con la fortaleza de sus bases, el movimiento social que hace parte de su estructura y forma parte –también- de sus decisiones. Esa es la crucial y fundamental diferencia.
Así fue que, lejos de hallar responsabilidades en la baja militancia cuando perdimos en 2019, besamos la orilla de la victoria en la segunda vuelta y ese arrime electoral nos mantuvo vivos y constantes durante “los peores 5 años de nuestras vidas”. Luego tuvimos los ensayos de la juntada de firmas para el referéndum contra artículos de la LUC, que nos mantuvo movilizados durante esta nefasta gestión. Una “gimnasia” que dio sus frutos el 24 de noviembre pasado.
Sin contar errores como la indefinición de la fórmula, algo que –increíblemente- comete el oficialismo en esta ocasión, con lo cual demuestra su soberbia. Porque solo quien actúa con una alta dosis de soberbia puede ignorar un error mayúsculo como el que cometió el FA en 2019, para repetirlo sin esperar consecuencias. Varias semanas perdió Delgado explicando las razones que lo llevaron a elegir a Ripoll descartando a Laura Raffo, quien, si bien perdió feo en la interna, representaba mucho más que Shirley (en votos y en condición de blanca).
Pero las mayores diferencias fueron sobre la gestión, y eso solo lo discute quien niega la realidad. Un gobierno que estuvo lejos de cumplir sus promesas electorales y se llenó de escándalos, no podía renovar y la mayoría soberana lo calificó en consecuencia.
Si vamos a datos fríos, llegaron prometiendo bajar el déficit fiscal y devuelven el gobierno con el mismo guarismo, pero con una enorme diferencia: mientras que el déficit fiscal de los gobiernos del FA se explicaban en gran medida por el gasto social, este gobierno lo recortó y aumentó el déficit financiero agravando el sector social más comprometido al que aplicó recortes presupuestales. Recortes que solo se explican por razones ideológicas.
Entrega un país con mayor deuda pública, sin que ello repercuta en grandes obras (muchas de las cuales hacen parte de ese aumento de deuda que pagará el próximo gobierno).
Entrega un país más inseguro. Lejos de su relato ficticio de haber mejorado la seguridad, se batió el récord de homicidios de un período de gobierno. Superando todos los datos desde que se lleva registro. Aumentó la violencia y tanto que pregonaron el combate al narcotráfico, nos dejan un país evolucionado en la materia y convertido en país de acopio. Con todo lo que ello implica en cuanto a la violencia incrementada por dicha circunstancia.
Aludieron a la pandemia y las crisis internacionales para justificar su gestión, pero…
La pandemia lejos de ser bien gestionada tuvo sus errores que costaron vidas de miles de uruguayos. Las vacunas llegaron tarde y hoy nadie recuerda que las Pfizer –a la postre héroes de esa batalla- fueron rechazadas en primera instancia y demoradas en su adquisición. Puenteadas con las chinas de SINOVAC. Nunca reconocieron las bondades de un Sistema Nacional Integrado de Salud que puso a la salud pública a la par de la privada siendo sostén principal en plena pandemia, y sin la cual el resultado hubiera sido mucho peor. Su gran mérito fue la creación del GACH, pero en el peor momento no lo escucharon y Uruguay fue líder mundial de la peor tabla, la de muertos cada 100 mil habitantes.
Y si de crisis internacionales hablamos, el FA sorteó varias y sin dejar de crecer repartiendo, algo que nunca hizo en este período el gobierno que se va. Recién en el año electoral quiso repartir algo sin llegar –ni por asomo- a devolver lo que perdimos todos los uruguayos durante cuatro años.
La corrupción se instaló en la Torre Ejecutiva ante la vista misma del Presidente de la República. Los casos Marset y Astesiano; la corrupción y el clientelismo en Artigas y Salto, entre tantos otros casos, mellaron la credibilidad de un gobierno que intentó separar al protagonista con encuestas de imagen que –a estar por el resultado final- no eran tan creíbles. Si lo hubieran sido, con el protagonismo que Lacalle Pou le impuso a los últimos días de campaña, el resultado hubiera sido otro.
Por eso, el gran derrotado en este ballotage no fue otro que Lacalle Pou.
Si hay carneada que empiecen por él…
Fuente : Crónicas del Este