Mi viejo, que había nacido al inicio del siglo XX, era muy afecto a utilizar refranes y dichos populares o inventados por él. «No es lo mismo jabón que hilo negro, aunque todo es para la ropa», era uno de sus preferidos cuando se trataba de aclarar confusiones. 

Por supuesto que aunque ambos elementos son útiles para las vestimentas, obvio es que cumplen funciones diferentes y por tanto llevan a fines distintos.

La época que vivimos es proclive a entreverar objetivos con procedimientos, aspiraciones personales con fines ideológicos, acciones individuales con intereses colectivos. Y no es lo mismo. No confundirse ni confundir. Seguramente en algunos casos se trata de simples gestos de ignorancia de los actores. Por ejemplo hay personas que creen que los niños deben ir a la escuela para cobrar la Asignación Familiar; está claro que la concurrencia a la escuela es un instrumento de la educación y su incumplimiento puede aparejar no tener el beneficio del cobro. Tampoco es cierto que haya que ponerse cinturón de seguridad en los vehículos para que no nos multen; debemos usarlos como protección, la sanción es una herramienta para evitar la violación de la norma, no la razón de su existencia.

Las personas y las comunidades tenemos inclinación a confundir medios con fines, según estemos instruídos…o según nos convenga. Cuando no hay ingenua ignorancia de por medio, puede existir una falta ética, por lo menos.

En todos los tiempos el interés personal sacrificó bienes colectivos, lealtades y hasta personas. Uno de los casos más conocidos de la historia occidental se dio, valga la incongruencia, en el Cercano Oriente. Allí hace unos 2000 años, Judas vendió a Cristo y lo entregó a su sacrificio. Este caso emblemático seguro fue la repetición de miles de la Historia Antigua y un símbolo para el tiempo que siguió.

En política, por lo menos ahora en este pedacito del mundo, no es muy común que se entregue personas a la muerte a cambio de beneficios personales, pero hay peligrosas similitudes.

Decir una cosa por otra, comprometerse y no cumplir, disfrazar el engaño con ropas de verdad, endulzar la amargura de las realidades a cambio de conquistar voluntades, entregar bienes del Pueblo para recibir adhesiones, es moneda demasiado corriente. Hace cincuenta años, por cercanía y alianza, nació una fuerza política en cuyo cimiento estaba no mentir, no engañar, no comprar conciencias, no dar empleos del pueblo a cambio de votos, ser diferente a aquellas que ella misma quería sacar de la conducción del país. Lamentablemente, en tanto formada por seres humanos, algunos de sus integrantes cayeron en humanas debilidades.

 «Hombre soy, nada de lo humano me es ajeno», fue la frase puesta en boca de uno de sus personajes de comedia por Terencio el Africano (cartaginés) 150 años antes de que naciera Cristo. ¡Si vendrá de lejos el reconocimiento de las humanas debilidades y virtudes! No nos asombremos de que en este siglo se tuerzan verdades.

Si usted es frenteamplista, para la barra vienen estos razonamientos. No todos los malos están fuera de la fuerza; no todos quienes la integran son buenos; todos somos humanos.  Lo cual no quiere decir que debamos seguir y apoyar los malos ejemplos, porque votar en nuestro lema no los vuelve buenos. Hay que estar muy atentos, sobre todo en este tiempo de sed de cambio, hambre de renovación, ilusiones por caras nuevas. Debajo de las apariencias hay realidades.

No todos quienes llegaron al Frente o crecieron en él, son buenos políticos ni correctos frenteamplistas. Todos entramos en la lógica de la frase de Terencio. No todos por correr ligero se transforman en compañeros de ideales, algunos sólo llegaran a perseguir encumbramientos personales, corriendo en un equipo prestigioso.

La distancia, la capacidad de seducción (amiguismo, compra, explotación de la necesidad ajena) son elementos que pueden hacer confundir el jabón con el hilo negro. Quienes consiguen satisfacer necesidades personales de operadores poco preparados o decididamente mercenarios, pueden ganar posiciones y construir una imagen frenteamplista, sin serlo. Quienes desdeñan el cumplimiento de la ley y de los principios éticos para tener votos que promuevan sus propios intereses, pueden estar en cualquier partido político, por tanto tengamos en cuenta que pueden penetrar el Frente Amplio. Quien desdeña los concursos y contrata a dedo cargos de carrera; quien dragonea con referentes que tienen metas ideológicas personalistas y posterga leales frenteamplistas en pos de realizaciones personales, no es buen líder a seguir.

Posiblemente el país tiene muchos casos que estudiar. Quizás todos conozcamos alguno. Es posible que el romanticismo del «frenteamplismo inmaculado» nos obstruya el análisis. La necesidad de satisfacción puede llevarnos a ganar con cualquier caballo, pero vencer de cualquier forma, no ha sido la razón de ser del Frente. El fin no justifica los medios; el jabón y el hilo negro no cumplen la misma función. No tropecemos otra vez con una piedra (o varias). Hay tiempo para el análisis. 

Hagamos como Ulises en su retorno a Itaca después de la guerra de Troya, tapemos (con razonamientos) nuestros oídos al canto de las sirenas. Si estrellamos el barco perderemos todos otra vez. 

Además las sirenas no existen, son de mentira…

Ramón Fonticiella es Maestro, periodista, circunstancialmente y por decisión popular: edil, diputado, senador e intendente de Salto. Siempre militante.

UyPress – Agencia Uruguaya de Noticias

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