Ocurrió un 14 de abril de 1912, hace ahora 110 años. Y entre los que fallecieron también se encontraban los miembros de algunas de las familias más ilustres de la era eduardiana.

Una metáfora de la clase alta, de la vieja nobleza que se desvanecía dando paso a una nueva sociedad, la de las clases medias. De las 2.227 personas que viajaban a bordo, 705 sobrevivieron a la tragedia y 1.522 perecieron. Entre los muertos en la tragedia había tres uruguayos: Pedro Artagaveytia, Francisco Carrau y Pedro Carrau.
Francisco Carrau, de 28 años, era directivo de Carrau y Cia, y su sobrino era José Pedro Carrau de 17 años. Estuvieron en España realizando compras para la empresa y decidieron regresar a Uruguay, vía Estados Unidos en el Titanic. Según relató un sobreviviente, Artagaveytia y los Carrau pasaron sus últimas escuchando a la famosa orquesta que tocó hasta último momento…habían cedido su lugar en los botes. Solamente se recuperó el cuerpo de Pedro Artagaveytia.
Gente famosa
Otro de los ilustres pasajeros que se embarcaron el 10 de abril estaba John Jacob Astor. Era el cuarto de su generación, o sea, John Jacob Astor IV. En su haber, además del hecho de ser un prominente empresario, escritor ocasional y uno de los hombres más ricos de Norteamérica, figuraba haber luchado en la guerra hispano-estadounidense en la que los españolitos perdimos Cuba. Astor embarcó en el Titanic con un escándalo a sus espaldas, ya que su segunda esposa, Madeleine, era unos veinte años menos que él y por entonces aún era una adolescente. La sociedad de la época criticó con fiereza la diferencia de edad. Madeleine estaba embarazada y no podía sospechar que su hijo, un riquísimo heredero, jamás llegaría a conocer a su padre.
Las versiones sobre cómo murió John la madrugada del 14 al 15 de abril, cuando el crucero chocó contra aquel iceberg maldito, fueron variadas. Unos dicen que fue aplastado por una de las chimeneas del barco. Otros lo han negado durante años, alegando que su cuerpo fue encontrado intacto. En cualquier caso, los Astor siguen siendo una de las familias más poderosas del mundo hoy día, cuando el recuerdo del Astor IV ha ensombrecido incluso al de su bisabuelo, el germen de su inmensa fortuna.
«Hundirnos como caballeros”
También viajaba Benjamin Guggenheim, dueño y señor de una rentable empresa de minería. El ‘National Geographic’ de la época lo definió como “playboy y jugador”. No era para menos, ya que su colección de queridas era casi tan grande como sus ases bajo la manga cada vez que jugaba al póker. De hecho, en la travesía del Titanic estaba acompañado de Léontine Aubart, una de sus amantes. Cuando el barco chocó contra el iceberg estuvo rápido para ponerla a salvo, en un bote salvavidas. Su despedida fue tan fría como el hielo que había caído en la cubierta pues Guggenheim no daba demasiada importancia a lo que acababa de ocurrir. Pensaba, ingenuo, que la maquinaria del barco volvería a funcionar al día siguiente.
Horas después, era consciente de su error. La leyenda asegura que se dejó ahogar junto a sus dos criados. La frase que pronunció poco antes de morir, también inmortalizada en el cine, fue contundente. “Nos hemos vestido con lo mejor y estamos dispuestos a hundirnos como caballeros”, dijo. Fue James Etches, un asistente de cabina del Titanic, el que trasladó a la prensa los detalles de los últimos minutos del potentado . También contó que el millonario, sabiendo que iba a perecer, dejó un mensaje para su esposa: “Si me pasa algo, dile a mi esposa en Nueva York que he hecho todo lo posible para cumplir con mi deber”.
«Moriremos juntos»
Otro matrimonio de millonarios que aparece en los relatos sobre el Titanic es el formado por Isidor e Ida Straus. Cuando ambos se embarcaron en el trasatlántico, acompañados de su criada, tenían 67 y 63 años respectivamente y llevaban 41 casados. Su patrimonio, acumulado durante años, lo había llevado a él a ser, por ejemplo, el copropietario de los famosos almacenes Macy’s de Nueva York. La tragedia hizo su amor eterno. Cuando ambos fueron a embarcarse a un bote, el oficial Lightoller indicó a Isidor Straus que solo podían embarcar a mujeres y niños. Ida Straus, que ya estaba subida en un bote, saltó a la cubierta del buque. “Hemos estado juntos durante muchos años, donde tú vayas, yo voy”, aseguran que dijo.

Fuente : grupomultimedio.com

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