El Fogao tocó el cielo en una gran final en el Monumental, ante Atlético Mineiro. De la mano de Thiago Almada, jugará la final de la Recopa contra Racing y estará en el Mundial de Clubes de este año y del 2025.
PorMatías Ortiz
Épica. Perteneciente o relativo a la epopeya. En el deporte, la capacidad que tiene un individuo o un equipo de reponerse a la adversidad y conseguir un resultado histórico. Porque planificar una final continental, las salidas, las presiones, las transiciones y las pelotas paradas, pero tener que jugar 10 vs. 11 los 90’ es una desgracia mucho más grande que ir perdiendo por uno o dos goles desde el saque inicial.
Y el fútbol, a pesar de alguna que otra excepción, es justo: Botafogo es el mejor equipo de Río de Janeiro, de Brasil y de la Copa Libertadores. Porque a pesar de luchar con una sola mano (y la hábil), en un Estadio Monumental pintado de blanco y negro, se las arregló para ser mejor que el Atlético Mineiro y llevarse su primera estrella al Nilton Santos.
30 segundo duraron las especulaciones, los análisis previos, el movimiento de fichas y lo planificado durante todo el mes. 30 segundos. Pasado de revoluciones, Gregore, el titiritero y motor del Botafogo, estampó sus tapones de aluminio en la cara de Fausto Vera y Facundo Tello, sin que le el contexto lo haga titubear, lo mandó a ducharse sin una sola gota de sudor. La Sívori explotó. La Centenario quedó perpleja. Al minuto, ni el más optimista Fogao hubiese pensado que quienes terminarían festejando serían aquellos situados sobre la Figueroa Alcorta. Bendito fútbol.
Se rompió el partido, obligando a ambos equipos a tomar posturas distintas a las habituales. Atlético Mineiro asumió la posesión de la pelota y el control del territorio, mientras que el Botafogo, herido de gravedad y en inferioridad numérica, no tuvo más remedio que replegarse y resistir. No obstante, en ningún momento de la primera mitad se notó que el partido estuviese 11 contra 10. Al contrario. La parsimoniosa tenencia de la pelota del conjunto de Milito no destrabó jamás el ordenado y perfecto trabajo defensivo del Fogao, comandado por un Alexander Barboza en un nivel extraordinario.
El envión anímico de tener un hombre de más se le cortó al Atlético Mineiro a los 20‘. Sin jugadas claras en su haber, apenas con un remate lejano de Hulk, el Galo fue dando paso a la previsibilidad. Del medio hacia una banda, centro y despeje del Fogao, que terminó apostando por una línea de seis para contrarrestar los asteroides que cruzaban el área (fue un 6-3). Se jugaba como quería el equipo de Artur Jorge, a pesar de estar en inferioridad numérica. Y cuando se pudo reencontrar un poco con ese Botafogo que tan bien había jugado en esta Libertadores, lastimó.
Thiago Almada, Jefferson Savarino y Luiz Henrique, tres nombres de gran talento ofensivo, se vieron obligados a retroceder y recién lograron pisar el campo rival cerca de los 35′. El argentino campeón del mundo, con la bandera en alto, encaró con decisión y combinó con Henrique, quien, punzante y habilidoso, ingresó al área y descargó hacia atrás para Freitas. El disparo del volante fue bloqueado, pero el rebote le quedó servido al extremo brasileño, que no dudó y venció la humanidad de Everson. Ahora, la que explotaba era la Centenario. La que miraba atónita era la Sívori.
El cimbronazo para los de Milito fue letal. Apenas unos minutos después, una distracción de Guilherme Arana y una avivada descomunal de Luiz Henrique llevaron al Botafogo a verse 2-0 arriba al cabo de los primeros 45′. El delantero le ganó en velocidad a Everson y el arquero no pudo evitar llevárselo por delante. Tello, con visión limitada, no sancionó inicialmente, pero el VAR, dirigido por Mauro Vigliano, corrigió la decisión. Desde los 12 pasos, Alex Telles, con mucha experiencia en la Canarinha y en el Viejo Continente, ejecutó sin piedad, desatando la euforia de los hinchas del Fogão.
El Mineiro necesitaba una remontada sin precedentes en una final de Copa Libertadores. Tenía con qué. Futbolistas de jerarquía, un entrenador de renombre y – lo más importante – ¡un jugador más! Tres cambios hizo Milito en el ET, con el objetivo de cambiar el dibujo hacia un 4-2-4 vertical y apostar por los ataques directos. Las modificaciones tuvieron un efecto inmediato: Bernard se transformó en el alma del Galo, mucho más claro para manejar a su equipo, mientras que Eduardo Vargas firmó la esperanza de los suyos con un gol de cabeza.
No obstante, por mucho empuje, deseo e ilusión que tuviera el Atlético Mineiro, el Botafogo controló el resto del partido. Y no fue una cuestión de tener la pelota. Tampoco de situaciones de gol, ojo. La posesión fue 81-19 a favor del Galo, quien además contó con 15 remates (casi todos intrascendentes, salvo por dos mano a mano del propio Vargas, que no tuvo puntería). Y es que Botafogo seguía siendo, increíblemente, apesar de tener 10 hombres. Tanto es así que, en la única que tuvo en el ST, selló la consagración: Junior Santos, en una jugada individual espectacular, dio vía libre a las lágrimas de 30.000 fogaos presentes en el Monumental.
Como el Santos de Pelé en el propio Monumental (1962). Como el Cruzeiro en el Estadio Nacional de Santiago (1976). Como el Flamengo en el Centenario de Montevideo (1981). Y como Vasco Da Gama en el Monumental de Guayaquil (1998), el Botafogo ganó la primera Copa Libertadores de su historia afuera de Brasil. En la Calle Corrientes se habló portugués, en Caminito se bailó samba y en el Monumental festejó el Fogao. Así, el famoso club de remo, el único de los grandes de Río que no había tocado la gloria continental, y que estaba jugando en la Serie B hace apenas dos años, justificó por qué es el mejor de América.
Olé