La izquierda uruguaya no es conservadora

¡Cómo extraño Patoruzú, El Tony, D´Artagnan, Nippur de Lagash…! Esas eran historietas: entretenían, te hacían fantasear, te sacaban del aburrimiento sanamente. Ni te digo de las gurisas con Corín Tellado, las fotonovelas, o los veteranos con los libritos de cowboys de Marcial Lafuente Estefanía. Te emocionabas, pero sabías que al final todo terminaba bien…o mal, pero que no era «en serio». Hoy para entretenerte te metés en los portales, o en ediciones digitales de semanarios o diarios, y te das cuenta que te sustituyeron los héroes de las hojas impresas, por figurones humanos, pero que parecen de papel. Te asustan, te enojan, te sensibilizan, pero con asuntos de la vida real que parecen tratados en broma.

A las pruebas me remito (vieja frase, si las hay): la mayoría de los medios digitales (llego poco a los de papel) traen narraciones que parecen inventos de terror. Ayer, por ejemplo, ingresé a un tabloide digital que describe con detalle la opinión de un intendente, el de Rocha-quien debe ser médico- que fundamenta que se podría beber alcohol antes de conducir un vehículo. No es el primer gobernante del Partido Nacional que aboga por demoler la «tolerancia cero alcohol»; aunque diga expresamente que es un asunto laudado, queda clara su posición. Considera que la «libertad responsable» de cada uno, debe hacerse cargo…

Me hizo acordar a lo ocurrido en Salto hace varios años. Nuestra intendencia, por expresa decisión de la Junta Departamental y con el aval de las organizaciones médicas, dispuso el uso obligatorio del casco en quienes circulan en motos. En el recinto de la Junta, cuando me llamaron a Sala por el tema, se argumentó desde la bancada nacionalista, que se coartaba la libertad de los conductores, que no debía imponerse el casco, que cada uno era responsable de su vida. Recuerdo que fueron momentos de estupor; parecía mentira que personas preparadas, profesionales, padres, rechazaran que se protegiera el derecho a no lastimarse ni matarse, sobre todo de la gente más joven. Esa situación quedó saldada; como la vida tiene vueltas, alguno de los rechazantes del casco, al ser gobierno luego, no siguió adelante con la trasnochada idea. Quizás pase lo mismo con el intendente en cuestión; todo puede ser cosa de oportunismo.

Mantengo la imagen de que parecen de historieta las declaraciones y posturas de algunos referentes políticos. Los hay tan chabacanos que ni siquiera merecen ser citados, ni para rechazar sus pensamientos, se manifiestan como pendencieros o barras bravas ubicadas detrás del arco contrario. Sólo diré que ojalá quienes los mandan, razonen que no se puede vivir destruyendo sin aportar, o denostando las ideas ajenas. Me cuento entre quienes trabajaremos mientras podamos para desarrollar pensamientos que consideramos buenos, para los propios y los ajenos; pero dudo de la eficacia de lastimar, siempre lastimar como único argumento.

En política, como en otras facetas de la vida, es posible que no haya una verdad absoluta, que cada uno tengamos «nuestra» verdad, alineada con nuestras bases ideológicas. La acción política debe ser un trabajo, arte, camino de convencer a otros de que nuestra idea es buena, que con ella en funciones, todos podremos vivir y ser mejores. Lo que no es opcional es el uso de la verdad como recurso de convicción. Si para conseguir una voluntad (un voto) debo mentir o comprar, estoy fuera de concurso.

No siempre quien opina diferente miente, por supuesto. Hay políticos que expresan sus opiniones diferentes sin engaños, aunque no se compartan. Tienen derecho a hacerlo, más allá de que quienes pensamos diferente estamos obligados a corregirles la plana, haciendo conocer nuestra posición; la población tiene derecho a decidir cuál es la verdad que abrazará. 

Traigo un caso: reportaje a Gustavo Penadés, senador del Herrerismo, en Caras y Caretas. El medio, hábilmente, titula con un extracto de una frase de Penadés en la que trata de hacer aparecer a la izquierda (al Frente) como conservadora. Tiene el senador derecho a pensarlo, y yo la obligación de corregirlo. La derecha y la izquierda, el conservadurismo y el progresismo, no son situaciones puntuales que identifican a los actores según el papel que desarrollan en cada ocasión. Son posiciones de filosofía política que señalan conductas hacia objetivos diferentes. El conservadurismo nunca propugnará por cambiar las bases de una sociedad de débiles y poderosos, para transformarla en una de iguales. Las explicaciones se encuentran en el diario vivir de este país. El gobierno (fuertemente conservador) trata de modificar las jubilaciones ajustando a los que las reciben, pero sin tocar a quienes se benefician del esfuerzo del asalariado (el capital). La izquierda, que no es conservadora, busca otros caminos: modificar las jubilaciones, pero sin dañar al más débil. Así de claro. Dicho de ambas partes sin agresiones, mentiras ni ofensas. Sin barras bravas en la tribuna, sin panfletarios. Con razones.

Vale la pena seguir pensando y actuando. Queda mucho por vivir. Al país y al mundo.

Ramón Fonticiella es Maestro, periodista, circunstancialmente y por decisión popular: edil, diputado, senador e intendente de Salto. Siempre militante.

UyPress – Agencia Uruguaya de Noticias

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