Durante dos horas, el músico fue y volvió por su amplísimo repertorio, subió y bajó del escenario, tocó varios instrumentos y bailó.
Por Sofía Durand Fernández
El público uruguayo tiene mala fama. Sometidos a la constante comparación con Argentina, el país vecino, la naturaleza de los orientales parece ser más tranquila. Pero, en la noche de este domingo, el prejuicio fue vencido: el Estadio Centenario estuvo a la merced de Lenny Kravitz.
“¿Por qué nos tomó tanto tiempo?”, preguntó el músico, en referencia a que, con más de 30 años de trayectoria, esta fue su primera presentación en Uruguay. La “tranquilidad” se perdió por algo letal para el uruguayo promedio: la cercanía y el aprecio constante por parte del músico. Desde el esfuerzo por hablar español, hasta la promesa de volver “muy pronto”, Kravitz logró ganarse a su audiencia con muchos gestos a lo largo de la noche.
Pero también pesa lo que es innegable. Puede que, algún día, la Real Academia Española haga un acto de justicia y en un anexo a la definición del anglicismo cool agregue “Lenny Kravitz”. Este domingo, durante dos horas, fue y volvió por su amplísimo repertorio, subió y bajó del escenario, tocó varios instrumentos, bailó y dejó en el aire la incógnita de si no llevará un gen que lo haga portar esa actitud de manera natural.
A las 21:00, la garúa catalizaba una ansiedad que fue disipada más de media hora más tarde, cuando una bruma teñida de azul en el escenario anunciaba el comienzo del espectáculo. De pantalones oxford de jean, campera de cuero y los infaltables lentes, Lenny Kravitz aparecía en escena acompañado por su banda, quienes parecían compartir el mismo código de vestimenta.
La intensidad en blanco y negro de “Are You Gonna Go My Way” se matizó con el rojo vivo de “Minister Of Rock N’ Roll” y luego con “Bring It On”, que incluyó un solo espalda con espalda de Kravitz junto a Craig Ross, guitarrista que forma parte de su banda desde 1991. Las gráficas en pantalla y los colores representaron una parte importante del show en todo momento y supieron aggiornarse a la naturaleza que exigía cada canción.
“TK421”, de su último álbum Blue Electric Light (2024), fue la primera en contar con la participación del trío de vientos, una presencia intermitente, pero notoria. En esta canción Kravitz no solo tocó la guitarra eléctrica, sino que además tuvo un solo de bajo en el que no escatimó en los slaps. Y sin descanso, siguió con “I’m a Believer”.
En la entrevista dada a principios de este mes a LatidoBEAT, el músico insistió en que su motivo para hacer música era “amplificar el amor”. Sin faltar a su palabra, las alusiones al amor y a la celebración de la vida fueron continuas. Tampoco faltaron los agradecimientos a Dios, algo que estuvo antes del clásico “I Belong To You”, y al finalizarlo, cuando señaló al cielo y dijo pertenecerle.
La primera bajada de intensidad de la noche llegó con “Stillness Of Heart”, del álbum Lenny (2001) y que logró que la audiencia se uniera a los coros durante varios minutos. Con guitarra acústica, prosiguió con “Believe”, que tuvo un solo de guitarra de Craig Ross por el cual Kravitz pidió reconocimiento del público, seguido de “Paralyzed”.
Tras “Low” —uno de las más bailadas— y “The Chamber”, un cartel en la audiencia daría uno de los highlights de la velada. “Lenny, dejé a mi esposo en casa solo para conseguir un abrazo tuyo”, se leía en una tela blanca.
Era la primera vez que Kravitz bajaba del escenario para estar más cerca del público, aunque no sería la última. “No sé si eso es muy bonito, pero…”, le contestó riéndose. Insistió en que la fanática se suba al escenario y, una vez que lo logró, se abrazaron y se sacaron una selfie.
“Los amo tanto, Montevideo. Estoy abrumado, no puedo ni hablar. Gracias por su amor”, afirmó Kravitz y aprovechó para presentar a su banda.
Jas Kayser, la percusionista, fue quien —con toda razón— se llevó la mayor cantidad de aplausos. La potencia de la batería fue una fuerza arrolladora durante todo el show. Sin embargo, el dúo de coristas no solo se vio encargado de la tarea de acompañar la voz de Kravitz, sino que también de tocar más de un instrumento por momentos.
Tras augurar el comienzo de una gran relación con Uruguay, introdujo “Always On The Run” y recordó que la compuso con un “gran amigo de la secundaria”. Este es, nada más ni nada menos, que Saul Hudson, Slash, el guitarrista de los Guns N’ Roses.
Entonces, sin dar respiro, llenó el cargador con grandes hits: “It Ain’t Over Till It’s Over”, “Again”, la feroz “American Woman” y “Fly Away”.
Resistentes al tiempo, tan efectivas como siempre, representan el abanico de lo que es la música de Kravitz: desde las baladas hasta ese rock que golpea fuerte y al centro. Continuó con “Human”, otra de las integrantes del álbum lanzado este año, y se despidió con un simple “paz”.
Como era esperable, hubo un encore. La sorpresa fue el acto total de entrega de Kravitz. Luego de agradecer por los años de “apoyar su música”, transmitió su mensaje con “Let Love Rule”, perteneciente al álbum de nombre homónimo de 1989, con el que comenzó su carrera. Dejar al amor reinar es el leit motiv del músico y no solo lo sostuvo hasta el cansancio, sino que también hizo que todo el estadio lo repitiera como un mantra.
Allí, al igual que en otros momentos de la noche, bajó hacia el público, pero esta vez fue diferente. Mezclándose entre la gente y llegando más allá del VIP, incluso a la platea, continuó con la canción. A la distancia, podía identificarse dónde estaba por el camino de celulares que iban alumbrándolo con el flash.
Y así se mantuvo durante cinco minutos, en lo que fue una versión extendida de aquella canción que seguiría representando lo mismo para él, más de 30 años después.
La esencia del músico es el resultado de un montón de factores que, en principio, parecerían ser dispares, pero funcionan. Una experiencia cuasi religiosa que viene cargada de sensualidad y oscuridad, pero que a su vez profesa por lo luminoso del amor y la vida. Cada pequeño detalle trabaja en pos de una imagen y un mensaje que se mantiene vigente y auténtico en el tiempo.
Ya en el escenario y arrodillado, a los pies de un público que se había ganado hace rato, agradeció nuevamente y señaló al cielo. Por primera vez, Lenny Kravitz conocía Uruguay y prometía una segunda vuelta “muy pronto”. Resta ver si cumplirá con su palabra, aunque no sería una sorpresa, dada la calidez y cercanía generada con su público.
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