Tenga el lector la certeza de que no plantearé la discusión de si el Caballo de Troya (el del poema de Homero), fue realidad o es uno de los tantos mitos de la romántica y sangrienta antigüedad. Sería dignificante que la estructura propia de artesanos, hiper dotados de ingenio (y de madera) hubiera sido real, aunque de aquí al año 1.124 antes de Cristo, es mucho el tiempo a retroceder. Merece no ser un mito porque sería la alegoría adelantada en exaltación de una de las maniobras más difundidas de la historia del mundo: el engaño disfrazado de regalo. Aunque no hayamos leído la Odisea, en general sabemos que los griegos fingieron retirarse de las murallas de Troya, después de rodearlas casi diez años, pero dejaron un enorme caballo hecho con maderas, en cuyo vientre se escondía un grupo de guerreros seleccionados. Una vez marchados los barcos griegos, los troyanos ingresaron el caballo a su ciudad, la cual esa noche fue arrasada por el ejército griego, al que los ocupantes de la panza del caballo le abrieron las puertas en medio de los festejos de los defensores.

Los troyanos fueron burlados por los griegos; creyeron tener un regalo de los dioses (el caballo) y de su vientre salieron los asaltantes.

Ese caballo mereció existir, aunque algunos historiadores duden del poeta ciego que cantó la Odisea y la Ilíada. El Caballo de Troya es un monumento al engaño, a la ingenuidad y a la astucia. Claro: dicen que en la guerra todo vale, obviamente hasta el engaño.

La política democrática, no es guerra.

A través de la historia del mundo ha habido infinidad de caballos de Troya, materiales e intangibles, utilizados para engañar defensores de posiciones concretas o intelectuales, que no podían ser conquistados de otra manera. Casi a diario en todas las latitudes se ejecutan maniobras engañosas, que se creen beneficiosas por una parte, la cual es conquistada por la que «inventó el caballo».

¿Cuántos artilugios casi homéricos se construyen en política? Sin un gramo de madera, a veces con alguna computadora, un teléfono o un par de discursos. Rememoremos los engaños cercanos de los últimos tiempos. Están tremendamente de moda. Un líder (¿?) nos mete el perro (el caballo) de que todo será muy bueno si lo ponemos al frente de un gobierno; que por acción de su fenomenal capacidad, los pobres vivirán mejor, habrá cinco años de ventura y todo cambiará para bien. En el vientre de ese caballo, estaban alojados los más tremendos proyectos de que todo fuera muy bien para algunos, se fortalecieran las posiciones de los poderosos, aunque los más débiles quedaran en la calle. Ante cualquier duda, pregúntenle a los empleados cesantes de Casa de Galicia, cómo se sienten de no cobrar, estar sin trabajo, vivir pésimo y ver que un selecto núcleo de personas reciben premios (salarios de Salto Grande) llenos de ceros a la derecha.

¿Es o no un Caballo de Troya?

Hay otros ejemplos más peligrosos, porque no sólo destrozan los individuos, sus cuerpos, sus familias, sino las mentalidades colectivas transformándolas en serviles.

La acción política debe ser el trabajo más digno y dignificante, si no hay guerreros escondidos en el vientre de los discursos o las propuestas. 

La democracia, que algunos creen que tambalea no por sí sino por quienes la invocan malamente, es más que una forma de gobierno, es un modo de vida. No se puede ser demócrata con sólo hablar de igualdad, pero se obra con imposición, avasallamiento y desigualdad. Lamentablemente el horizonte actual en muchos lugares, incluido Uruguay, la imagen del país democrático es muy confusa. El conductor democrático no sólo debe proclamar la equidad; tampoco alcanza con que vista con prendas propias del obrero. Debe llevar los destinos públicos sin intereses personales, haciendo lo que propone, defendiendo los pensamientos del partido que dice representar y ejecutando acciones acordes a los preceptos de su ideología. Un conductor que reclama la primera línea de trabajo para construir una sociedad sin clases, nos mete el caballo de Troya si en su acción viola los preceptos de su partido político y obra como cualquier conservador, aunque lo haga en nombre del progresismo, El vientre de sus proclamas contiene combatientes contra la equidad.

Hay cortes a la sociedad política, que parecen una torta de bizcochuelo con dulce de leche: todas las camadas son iguales. Los cortes de una imagen política progresista, jamás puede parecerse a imagen una conservadora: DEBEN SER DIFERENTES. Si se obra en ambos bandos de igual forma, es el mismo perro con distinto collar.

Lamentablemente en mi pueblo he oído en estos días un par de discursos que aumentaron mi preocupación.

 Uno; no comparto que todos los que piensan diferente (adversarios) están en el otro bando; quienes usan los mismos métodos de conquista que la derecha (amiguismo, distorsión de la realidad, ausencia de fundamentos ideológicos, engaños troyanos) están tan lejos del FRENTE AMPLIO, como quienes se consideran conservadores. No me pidan que me sume a quienes tienen objetivos diferentes, aunque se vistan con los mismos colores. Hay que marcar las diferencias.

Otro; no es políticamente razonable que personas que sirven a un gobierno que ganó en nombre del Frente, aplaudan el triunfo de Milei como «un logro de la juventud…» Respeto que lo haga quien se considere de derechas, aunque debatiré que está mal; si lo realizan quienes reciben salario del pueblo como representantes frenteamplistas, salen del vientre el caballo…

La bandera tiene franjas, no es monocolor.

Ramón Fonticiella es Maestro, periodista, circunstancialmente y por decisión popular: edil, diputado, senador e intendente de Salto. Siempre militante

UyPress – Agencia Uruguaya de Noticias

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