No soy conservador, retrógrado o represor, pero el sentido común hace sonar una alarma potente en mi cerebro: el acostumbramiento al delito y las faltas, se ha transformado en normalidad.
No pienso en el robo de una gallina, un capón o unas papas; me refiero a faltas más gordas, que van más lejos. Empiezo por una que no cometen directamente los de guante blanco, pero que a veces están detrás de ellas: la ocupación de terrenos fiscales o privados para establecer viviendas precarias. Ha sido una «costumbre urbana», como pedir una cebadura de yerba o una taza de azúcar. Una barra se junta (¿o la juntan?) y se establece en un terreno que no es suyo, no lo han pedido ni se lo han dado. Es una falta grave. Ese terreno es de otros o del Estado, y la carencia no es causal de apropiación, por lo menos en un estado de derecho. La desidia de los gobiernos, que no atienden previsoramente esas situaciones extremas, es a la par otra falta. Gravísima.
El ejemplo es sacado de uno de los extremos de la línea social, del más desposeído, pero como el «cobrero» junta la cola con la cabeza, cuando se toca con la inacción (¿interesada?) de muchos gobernantes.
A pesar de que los gobiernos (nacional y algunos departamentales) del Frente Amplio, han realizado intensa tarea, la «costumbre» quedó instalada:» no tengo, me apropio, reclamo servicios y para cuidar votos algunos gobernantes de turno me atienden». Quienes democráticamente han respetado la propiedad ajena, y se anotaron en largas listas de aspirantes, han visto desgastar su vida sin tener techo.
Lo más grave ha sido transformar las faltas en costumbre. Ha deteriorado la moral social de los colectivos y ha sembrado falsas normas de convivencia: lo que no se tiene, se obtiene por la fuerza. Mala señal de quienes dicen querer encaminar a la gente lejos del delito. El acostumbramiento de desconocer la ley (resguardo de todos) también se siembra con conductas demagógicas de quienes reclamaron gobernar.
La usurpación de terrenos, la generación de asentamientos, el «blanqueo» a través de instalación de servicio de emergencia, han sido favorables (cuando no, motivadas) por quienes buscan transformar esas necesidades en votos. Democráticamente: un asco.
Los gobernantes, no todos los necesarios, que han recurrido a la organizada acción del Estado, con participación de las familias necesitadas, han contribuído a generar ciudadanía. Quienes sólo buscaron satisfacer intereses electorales, la han destruído.
Lamentablemente la «mala costumbre» ha superado largamente la triste situación de los asentamientos, que son reductos de pobreza. En esferas medias y altas de los gobiernos se ha reinstalado el acostumbramiento al favor, el amiguismo, el acomodo y demás especies similares. No se trata solamente de que se entreguen viviendas sin sorteo, se nombren empelados públicos permanentes para juntar votos, se atraiga caudillitos de otras tiendas a cambio de posiciones remuneradas, en fin, que se falsee la democracia y se la transforme en «dedocracia». Lo gravísimo de esta realidad, es que Juan Pueblo lo tome como algo normal. Es como si una sociedad se acostumbrara a robar, en lugar de trabajar. Los líderes se espantarían con razón; pero no tiemblan al mirar para el costado e ignorar el retorno al acomodo.
No escandalizarse ni averiguar en profundidad ante hechos propios del amiguismo, es peor que el acomodo mismo.
En las redes leía en estos días que (en broma) una barra reclamaba un «puesto» en una intendencia. «Cuando te acomoden, llevame a mi» decía alguien; «cambiale el cargo por el laburo que sabés hacer para su campaña», describía otra. Y varias pullas (¿o sentimientos?) parecidos. Después de vivir quince años viendo poner práctica políticas públicas con respeto de leyes y normas éticas (y haciéndolo), me resisto a reconocer que esto vuelva a pasar.
Me angustia que se otorguen viviendas sin sorteos, pero también que se formen núcleos aspirantes sin llamados abiertos, y que se cambien cargos públicos por ¿garantía? de votos en una elección.
Si esos votos fueran para el partido en que milito, me avergonzaría. Y militaría por su saneamiento.
Ramón Fonticiella
UyPress – Agencia Uruguaya de Noticias