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sábado 11 enero 2025
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¿PLANETA DE ODIO? Por Ramon Fonticiella

¿Planeta de odio?

Parece el título de una película, pero se trata de una interrogante sobre la situación actual del planeta Tierra. Por las más diversas «razones»; con herramientas que van desde cañones a mensajes de whatsapp; con actores de todas las razas, religiones y colores, el mundo está en guerra consigo mismo y chapotea en odio. No es filosofía de ocasión; es un modestísimo resumen de importantes rasgos de la convivencia humana. La guerra de Rusia y Ucrania; los bombardeos a Yemen; las represiones en Perú; la asonada en Brasilia; la hambruna en el Cuerno de África; la persecución de las mujeres musulmanas que quieren libertad; el gasto en aviones y tanques de guerra que podría apagar la sed de millones de personas sin agua, son imágenes mundiales que ponen el odio por encima de la fraternidad, la comprensión y la inclusión.

Por eso parece que la Tierra fuera un «planeta de odio». Lamentablemente esa característica no le es ajena a Uruguay; con sus propias condicionantes (sin tanques ni misiles, pero con bombardeos de palabrerío quemante y destructivo) el paisito se ha actualizado a la lamentable tendencia mundial de «primero odiar, luego pensar».

 Coincido con quienes estiman que el mundo vive en «modo odio», pero no lo entiendo en Uruguay. Este país por formación histórica, por contenidos sociales quizás hereditarios de fraternidad y solidaridad, debía seguir siendo diferente; capaz de discutir sus posturas sin arrancar por la agresión.

Pondré un ejemplo que me avergüenza como ex legislador e intendente: el de un actual dignatario llamando «caranchos» a los frenteamplistas, por tener diferente opinión que él, respecto de la temporada turística. Aunque ese intendente nacionalista del Este tuviese razón, careció de cultura, educación y responsabilidad política al usar esos términos. Si a él (¡por favor esto es sólo un ejemplo!) alguien le llamara «blanco barato» para hacerle entender algo, se ofendería y con razón. Nadie aprende algo ni se convence, porque lo agredan. ¡¿Por qué esa violencia, desde la cumbre de una intendencia?! ¿Qué se deja para la barra de pegatineros o para una pesada del fútbol que tanto se critica? Esa situación me ha impulsado a leer informaciones, consultar opiniones más versadas y tratar de aportar a apagar el fuego de la rabia ajena, con un baño de racionalidad.

No se puede dirigir ni una cuadrilla con insultos. Debe pensarse que «a nadie debe hacérsele lo que a uno no le gustaría que le hicieran» (me lo dijo mi madre desde que tuve uso de razón). Menos debe obrarse con violencia desde puestos democráticamente electos, que por tanto son símbolos de esa democracia. Respetuosamente invito a quien (o quienes) creen anticipadamente que la temporada turística actual ya es brillante (¡ojalá lo sea!), que revisen las declaraciones que estos días han trascendido de boca de operadores de la costa marítima y atlántica. Una cosa fue la primera quincena de enero y otra parece ser el futuro inmediato. Los balances, como en todo negocio, se hacen con el total, no con las partes mejores o las peores. Razonar, NO ES ESTAR EN CONTRA. No es «carancho» quien piensa. La agresión hacia quienes elaboran ideas con mesura es una acción violenta, que puede engendrar más violencia. 

Quienes desempeñamos funciones públicas no somos ni fuimos dueños de las mismas. Somos o fuimos «empleados del pueblo» al que debemos servir, sin servirnos de él. Una forma de «servirlo» es no tejer ilusiones con hilos de fantasía, ni enfrentarlo con los que piensan diferente, despertando sus posibles bajos instintos. Atizar las humanas pasiones hasta con elementos rebuscados, es golpear a la democracia en lo más valioso que tiene: la gente.

Mentir, tratar de engañar, exacerbar el odio son formas de violencia intelectual en el tiempo que fuere: en el Imperio Romano, en el absolutismo de Luis XIV o en el gobierno multicolor.

Múltiples causas tiene el deterioro puntual de la humanidad (baja de capacidad intelectual, enfrentamientos, persecuciones, avasallamiento de derechos, saqueo de bienes, codicia descontrolada). En Uruguay una de las manifestaciones de ese desgaste, se siente en la cantidad de personas presas. Tenemos una de las relaciones mayores del mundo entre presos y habitantes: 408 prisioneros por cada 100.000 pobladores. La relación es el triple de la media mundial, según Naciones Unidas (El Observador, 17/1/23). Los especialistas manejan causas, pero el hecho es real y es mal signo social. Posiblemente en muchos de los casos, el odio ha sido causante del encarcelamiento para penar agresiones, daños, muertes….

Quienes, cual almuecín que convoca a la oración musulmana desde el minarete, llaman al pueblo a soportar penurias y bajos salarios, deben antes que nada dirigirse a si mismos para tratar de dar buen ejemplo. No estoy en contra de que pensemos diferente: eso es la democracia; pero no llamen comedores de carroña a quienes cultivan la tierra de su pensamiento; pregonen con ideas, no con misiles verbales. 

Ramón Fonticiella es Maestro, periodista, circunstancialmente y por decisión popular: edil, diputado, senador e intendente de Salto. Siempre militante.

UyPress – Agencia Uruguaya de Noticias

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